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Foto del escritorFelipe Mardones

La compasión

Actualizado: 12 dic 2018

Mi mujer Javiera me ha pedido que escriba acerca de la compasión. Me encanta su intuición, y cómo entre los dos somos parte de un mismo corazón. Me entrego a esta experiencia sin saber a ciencia cierta hacia donde me llevará. 

Cuando pienso en compasión, pienso en un tejido invisible que nos une a todos. Pienso en una energía sanadora que ya está. Recuerdo todo aquello que ocupa compasión: los aspectos tóxicos, dañinos, odiosos dentro de cualquier ser humano.

Yo creía que era un problema de ego, pero en realidad es un problema de trauma. En este texto que escribo, hablaré de mi trauma como si ya no lo tuviera, aunque en verdad lo siga teniendo. Me tendré que reír de mi mirada tan lineal de las cosas, incluso de las cosas más misteriosas de la vida. Al final, me preguntaré: ¿qué tiene que ver todo esto con la economía?

Hace un rato Bayo Akomolafe escribió: “Tatuado en cada cara de piedra, en cada hoja fecunda, en cada nube embarazada está el aviso de que no existe un ‘REGRESO A CASA’ que no sea un conflictuado punto de partida en si mismo, y que no existen proyectos de restauración que no sean en realidad intentos regenerativos de esquivar la deslumbrante espontaneidad y vitalidad del mundo”.



Entonces aquí va mi “proyecto de restauración”. Esta es solamente una manera de contar una historia, entre muchas posibles.

 

Lo más hermoso que me ha pasado en la vida es que alguien me haya amado tal y como soy. Que alguien alguna vez me haya hecho sentir, con todo su corazón, que soy perfecto, que soy pura bondad y belleza.

Es algo que por supuesto ha pasado muchas veces en mi vida. Sin embargo, estoy pensando en una persona en particular que me hizo sentir así, mi tía Jeannie Kerrigan, quien vive ahora en el mundo de los espíritus (su libro aquí). El detalle clave de su amor fue que sentí que ella estaba amando sobre todo mis partes absurdas, monstruosas, mi miedo, mi ego, mis identidades falsas. Todo eso era en donde ella enfocaba su amor hacia mi, así lo sentía yo. Me daba vergüenza, me sentía desnudo, me sentía que no merecía ese amor. Poco a poco esa semilla de amor entró en mi corazón, y desde entonces comencé a (aprender a) amarme a mi mismo. En realidad es una semilla que me regaló mi mujer Javiera y mis hijos Tayel y Ayelén, una semilla que entró en multiples historias, y que siempre estuvo. 

Comencé a querer con todo mi corazón ser vulnerable en cada oportunidad en la vida, aceptarme como “monstruito”, a confiar en la vida, a estar feliz de ser súper absurdo e infantil. Comencé.


Antes de esto, tantos años pasé intentando, con toda mi voluntad, de mejorarme a mi mismo. Diez años de camino espiritual intentando “ser verdadero”, “ser humilde”, intentando ser “alguien que da a la vida y no solo toma”… Puras cosas que NO se intentan. Cosas que me dan rabia por todo el sufrimiento que me provoqué, y que en mi “proyecto de restauración” recomiendo intensamente evitar, eliminar.

[Uy yuyui!!! ¡Que sabio he sido de ser tan torpe! ¡Cuánta felicidad estoy trayendo a mi vida a causa de todo el sufrimiento que me causé!]

En fin, años intentando dominar a mi ego, mi rabia, mi debilidad, mis dudas, como si ello fuera posible. En el fondo, todo lo que estaba intentando era ser alguien diferente a mi mismo, alguien a quien las personas a mi alrededor pudieran amar. Porque al débil, al egoísta, al miedoso, según aprendí, es imposible amarlo: esa era mi experiencia traumática de vida. Solo mediante esfuerzos al límite y traiciones a mi mismo era posible “superarse”. En el fondo, que la vida estaría hecha con imperfecciones, que venimos fallados de fábrica. 

En ese camino de “superarme a mi mismo” aprendí una serie de cosas. Aprendí a desarrollar la observación de mi mismo al máximo. Eso me llevo ineludiblemente a observar un monstruo horrible y vergonzoso adentro mío, así como también una parte amorosa, luminosa. Pero como estaba ese monstruo ahí tan difícil de derrotar, aprendí, como cualquier buen corazón aprendería, a no confiar en mi mismo. Así es, lo repito: aprendí que no podía confiar en mi mismo. ¿Cómo iba confiar en mi mismo si tantas veces me descubría haciendo cosas para ganar admiración, para ser más que los demás? Era cosa de solo imaginar, cuantas veces ocurren esas cosas sin que yo me dé cuenta. Pero me decía, en medio de ese creciente y sofocante dolor, “al menos tengo el mérito de darme cuenta”. Al menos por ese motivo podía pseudo-amarme a mi mismo.

En realidad, estaba haciendo cualquier cosa MENOS amarme a mi mismo. Mucho después aprendería que la falta de amor a uno mismo sostenida se transforma en una violencia hacia los demás, por mucho que sea involuntaria.

Lo bonito es que son cosas que uno hace de buen corazón, desde la pura inocencia: no confiar en mi mismo. Como no confiaba en mi mismo, pues naturalmente lo que hice fue confiar en otros por sobre mí. Otros que según estaban más sanos, con su ego más superado. ¡Qué absurdo, porque en realidad somos todos iguales! Esa es la violencia más grande que uno puede hacer a su propia divinidad, a su propia alma: es una auto-traición permanente, con consecuencias de muchísimo sufrimiento.

El amor que recibí de mi tía Jeannie era así, un amor que conoce que esas partes feas, horribles, incluso las que hacen daño a los demás, incluso esas: todas nacen de nuestro buen corazón, de cualquier Ser Humano, que siempre es inocente y que solamente quiere cosas buenas para todos. Por eso que en realidad es tan fácil amar, es súper sencillo, en realidad lo estamos haciendo todo el tiempo aunque dudemos, aunque no lo sepamos.


 

Yo por ejemplo, sigo teniendo el hábito de dudar de mi mismo. Es solamente una respuesta programada por el trauma. Eso es en realidad lo que tenemos como humanidad: trauma. ¿Por qué dudo de mi mismo? Porque sospecho que en lugar de hacer el bien a otros, de alguna manera les estoy haciendo mal. O sea: ¡porque los amo! No hay cosa en la vida, ningún rincón de la vida, que no ocupe el amor.

Creíamos que al ego no había que amarlo, porque si lo amábamos iba a crecer aún más.

Ese es el único error que puede existir (y ya sospecho que ni siquiera ése era un error). Así lo aprendí gracias al amor que recibí justo allí, en lo que llamamos ego. Ego es solo el callo del trauma humano, es solo lo que construimos porque no supimos cómo confiar en la vida.

La única tarea urgente en la vida es amar al ego.


Qué revolución más grande que esa, la revolución de la compasión. Al yo recibir ese amor, pues no hay cosa que salga más natural en mi que querer amar de la misma manera. ¡Siempre ha estado ahí ese amor! Solo que a veces me apasiono mucho con esto, y en la urgencia por amar olvido que todavía tengo mucho por amarme a mi mismo. 

Hermosos monstruitos que somos. Por eso que esto de amar en realidad lo hacemos juntos. Esto de VIVIR lo hacemos juntos, nadie lo hace solo. Como me dijo Tammy: si te sientes menos (o más) que otros estás creando separación. No es un tema de quitar al ego del camino, es un tema de unir, de borrar la separación. ¿Para qué? ¡Para dejar de sufrir!

 

Yo me perdono por ser tan “pensón”, exagerado para pensar. Me perdono por dudar. Me perdono por creer que ya “regresé a casa”, por creer que esos traumas nunca debieron haber ocurrido. Me perdono por hacer drama de las cosas. Me perdono por hacer que otros se sientan incómodos en mi presencia. Me perdono por asustarme tanto cuando me siento perdido, cuando no tengo idea qué hacer, cuando me siento responsable de la felicidad de mi familia y me veo completamente confundido sin saber qué hacer (ser) por ellos.

Me perdono por haber estado peleado con el mundo, y me perdono por haber nacido para cambiarlo. (¡uy me siento tan bien de decir esto!).

Me perdono por no tener un trabajo con sueldo. Me perdono por no saber qué más hacer para conseguir dinero este mes.


 

La Economía Externa es un reflejo de la Economía Interna. Agradecido por esta oportunidad de darme, de recibirme, me siento alegre y esperanzado de lo nuevo que pueda recibir de la vida, y de lo nuevo que pueda dar a la vida.

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