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Foto del escritorFelipe Mardones

La pandemia, la ciencia, y la inclusión radical

Actualizado: 3 mar 2021

Mi mujer Javiera dice que nuestra hermana COVID nos está enseñando a respetarnos unxs a otrxs, a permitir, genuinamente, que cada ser humano se sienta y piense tal y como se sienta y piense.


Tal vez algunos consideran que la manera ideal en que todos podemos respetarnos es si por fin todos pensáramos igual, de “la” manera correcta. Creo que si estás leyendo este ensayo es porque estamos de acuerdo tu y yo que esto, afortunadamente, no va a pasar.


En este ensayo, muestro cómo el conflicto de división entre seres humanos puede aliviarse si liberamos nuestra creencia fundamentalista en la ciencia como fuente de verdad absoluta. Lo digo yo que soy científico con formación académica rigurosa. Toda creencia fundamentalista obviamente divide.


Quiero también mostrar cómo la tensión frente a la pandemia puede aliviarse si deconstruimos la idea de que el virus es una criatura separada de nosotros. Si pudiera con este ensayo aportar, aunque sea un poco, a deconstruir la idea de separación entre bien y mal, correcto e incorrecto, podríamos contemplar una visión del mundo donde la armonía es algo natural: se vale protegerse del virus, se vale que los niños jueguen abrazándose, se vale vacunarse, se vale no vacunarse. En definitiva, se vale que cada persona sea fiel a sí misma.


Ése es el mundo, bien posible, donde los seres humanos ya no nos juzgamos los unos a los otros.


Este escrito hace un aporte decidido a la inclusión radical.

Nuestro más precioso tesoro es la diversidad inmensa de nuestras voces. Mientras más distintos somos, mayor nuestra riqueza. Yo tengo una voz muy distinta que aportar, una visión contra-cultural. Todo lo que pido es ser escuchado, y en este probable egoísmo mío descubrir el sueño de que todas las voces sean escuchadas y legitimadas. Inclusión radical. Tesoro radical.


Foto por Pablo Mardones. Diversidad radical: ser un "bicho raro"

Los discursos


Resulta útil retratar los principales discursos que se hacen notar. Con un poco de buena voluntad (porque en realidad hay una multiplicidad), podemos agruparlos en dos discursos: la verdad oficial, es decir la narrativa del establishment, o narrativa convencional. Y la verdad alternativa, anti-establishment.


A las personas que cuestionan la verdad oficial se les suele acusar de negacionistas, que niegan la verdad. Por su parte, desde las voces disidentes anti-establishment se acusa a las élites de poder, que supuestamente dictan los discursos de la verdad oficial, de complotistas.


Escuchamos voces que expresan que si usas mascarilla o cubrebocas estás mostrando respeto a las demás personas. Algunos interpretan estas palabras así: si usas mascarilla eres civilizado, estás en lo correcto. Si no usas mascarilla: no piensas en los demás, eres egoísta y niegas los hechos científicos del contagio. Otros tal vez dirán: si usas mascarilla es porque estás sometido a la autoridad, haces lo que te dicen sin pensar por ti mismo.


Una cosa es el respeto y otra distinta es cuando usamos los discursos valóricos para juzgar negativamente a otras personas. El uso o no uso del cubrebocas no es de lo que de verdad quiero hablar, es solo un ejemplo de las normas de comportamiento que pueden generar conflictos entre seres humanos donde nos juzgamos unos a otros.


Valga comentar, la narrativa oficial civilizatoria tiene una multiplicidad de normas acerca de cómo ha de ser el comportamiento humano, no únicamente frente a la pandemia.


Hoy en día más que nunca, la doctrina en que se fundamenta nuestra civilización, correcta o incorrectamente, para bien o para mal, es la científica. Supuestamente, la doctrina científica está basada en la observación imparcial de los hechos, y por tanto en ella debiera haber, de ser aplicada con suficiente rigor, consensos universales.


Escuchamos voces que dicen que más que pandemia, esto es una “plandemia”. Según esta narrativa, los datos científicos están intencionalmente alterados para manipular a la gente. El motivo sería la codicia de las élites corporativas y la corrupción de las instituciones. En definitiva, el egoísmo que otros parecen disfrutar, sobre todo mientras abusan de la gente común y corriente. Según esta narrativa, los datos científicos que contradicen el establishment son acallados.


Sin ánimo de detallar todas las posturas que existen, creo importante destacar que existe gente con rigor científico e impecabilidad ética que cree fehacientemente en la narrativa oficial de la pandemia. A mí me consta, porque conozco algunos a quienes respeto, aunque yo piense diferente. A personas como ellos les resultan absurdas las acusaciones de conspirar para manipular a la gente. Conociendo como conocen ellos el rigor de la ciencia convencional, les resulta muy difícil de creer que hayan hechos o investigaciones científicas sensatas que seriamente cuestionen las verdades sobre las que existe amplio consenso en el establishment. Seguramente, pensarán ellos, toda ciencia alternativa sencillamente no es tan rigurosa y posiblemente tenga una agenda condicionada por la rabia o la ignorancia.


Insisto, yo personalmente no pienso así. Sé que es posible pensar de esa manera de acuerdo con el contexto neuro-cultural en que se habita.


 

Tanto para unos como para otros, todo lo que necesitaríamos es que la ciencia que nos guía sea generada con rigor e impecabilidad ética.


La diferencia entre ciencia correcta y ciencia incorrecta es, entonces, ética: las verdaderas intenciones, la agenda.


La diferencia entre seres humanos correctos y seres humanos incorrectos es, también, ética: sus verdaderas intenciones.


Yo personalmente no me identifico con nada de esto, por si acaso. No creo en la distinción entre ciencia correcta e incorrecta, porque la única manera de distinguir una de otra es sobre la base de creencias culturales cuestionables acerca de lo que es la realidad. Así como tampoco creo en la distinción entre seres humanos correctos e incorrectos, mejores y peores, distinción que solo es posible cuando nos vemos como individuos separados.


De cualquier manera, la única solución posible sería convencer al otro lado de que nosotros tenemos la razón. O bien, que “despierten” y se den cuenta que están equivocados, que su verdad no es válida. Su egoísmo les enceguece, tendrían que superarlo tal y como nosotros lo estamos haciendo con nuestro propio egoísmo; la diferencia es que nosotros estamos más avanzados. Somos mejores personas. Somos más racionales en cuanto a ver la realidad tal y como es. Somos más espirituales porque hemos vencido una mayor cantidad de nuestro ego.


Sin embargo, ahí nos quedamos estancados. Dentro de esta historia, dentro de esta estrecha caja de lo posible, no hay lugar para que se den genuinas conversaciones, entre seres humanos legítimos.


 

En fin, pareciera que la separación, el juicio y el odio se han intensificado. No son solamente diferencias de opinión en cuanto al uso del cubrebocas, por cierto. Y no es solamente el miedo a la enfermedad el que nos desvela, ¿qué hay de las consecuencias a largo plazo de una generación de niños adoctrinados, frente a pantallas, a que el contacto humano puede ser peligroso? ¿Qué hay del miedo a que el control del estado se intensifique al punto de que olvidemos lo que era la libertad? En realidad, el conflicto está entrelazado con el colapso económico, ambiental y humano de nuestra civilización (de lo que hablo, por ejemplo, en mi ensayo sobre el estallido social en mi país: Querida Chile Entera).


Entonces, ¿por qué dice Javiera que estamos aprendiendo a respetarnos, si parece todo lo contrario?


La ciencia dice


Si nos centramos en las voces científicas, ¿qué frase podríamos citar que sea ampliamente consensuada?


La ciencia dice que “existe un virus llamado Coronavirus que causa una enfermedad grave”. La ciencia dice que “tenemos una pandemia donde más de 110 millones han sido contagiados, y más de 2,4 millones han muerto” (al momento de esta publicación). Estos hechos son prácticamente irrefutables.


Por supuesto, seguramente existe una amplia variedad de miradas científicas donde no hay consenso, tanto en el ámbito convencional como en los ámbitos alternativos. Miradas que rivalizan, por ejemplo, en cuanto a metodologías de diagnóstico, determinantes del contagio, y cuáles son los mejores tratamientos. Ello no es el foco de este ensayo.


Como dije antes, en general las voces escépticas y críticas de la verdad oficial cuestionan las intenciones con que los conocimientos científicos de la pandemia son desarrollados y planteados a la población. Básicamente, habría que reemplazar una mala ciencia con una ciencia mejor (aunque yo quiero cuestionar otra cosa).


Pero la primera frase que cito arriba prácticamente nadie la discute (ni siquiera los que aseguran que el virus fue creado en laboratorios con motivos siniestros). Examinemos algunos supuestos implícitos en ella:

“existe un virus llamado Coronavirus que causa una enfermedad grave”.

Primero que nada, se supone que todos estamos de acuerdo en lo que significa “existir”. El virus existe. Pero ¿qué entendemos por existir? ¿Acaso existir es ser material genético cuyo propósito es subsistir y propagarse? Yo digo que no hay consenso en la idea de existir: al menos yo no estoy de acuerdo con las ideas predominantes. Es bien distinto existir en separación que existir en unicidad.


Un aspecto importante del existir es ver y ser visto, por eso digo que veo a mi hermana coronavirus y que soy visto por ella (ver mi ensayo Querida Coronavirus Universal). Aunque sea tan pequeñita que sea imposible verla, igual la veo.


En segundo lugar, la frase dice que el virus “causa una grave enfermedad”. Aquí hay también otro supuesto implícito muy importante, el cual, en mi opinión, es clave cuestionar.


La idea de que hay una “causa” que ocasiona una consecuencia, es una idea lineal que hace sentido en la abstracción de la separación. En un universo de unicidad donde todo se interrelaciona con todo, tiene poco sentido hablar de causas y efectos. Por ejemplo, tal vez la causa de la enfermedad no es el virus, sino un débil sistema inmune, ocasionado a su vez por estrés, depresión y por la falta de resilencia de nuestros ecosistemas humanos, mayoritariamente urbanos.


Por ejemplo, tal vez la causa de la enfermedad no es el virus, sino el mismo hecho de creer en la enfermedad y en el virus (más adelante en este ensayo diré algo más sobre la relación no-determinística entre creencia y realidad). Pienso que muchas personas no necesariamente tienen miedo de enfermarse, pero simplemente creen en la verdad científica-separada del virus. Tal vez otros sí tienen miedo de enfermarse, a veces el miedo se esconde en una narrativa racional de lo que supuestamente está pasando. No estoy diciendo que haya que evitar sentir lo que uno siente. Al contrario, digo que hay que sentirlo.


Mi punto es, no tiene sentido enfocarse en la causa. En nuestra cultura de separación, nos urge encontrar la (o las) causa(s) para saber contra qué estamos en guerra, a qué tenemos que derrotar.


Por último, existe al menos otro supuesto implícito, diría yo, en la frase “enfermedad grave”. Mayoritariamente, se piensa que enfermedad es algo malo y ausencia de enfermedad es algo bueno. Justamente, se supone que tenemos que estar en guerra con la enfermedad, que hay que evitarla a como dé lugar. Si la enfermedad se considera grave, la urgencia de la guerra y la adrenalina es aún mayor. A su vez, tales creencias y consecuentes estados emocionales pueden acrecentar al “enemigo”.


No estoy diciendo que me parezca bien enfermarse o que no haya que cuidarse, sólo estoy destacando que no hay consenso sobre la idea de enfermedad. La enfermedad no necesariamente es un enemigo que genera daño y al que hay que erradicar. Con todo respeto a quienes hayan sufrido la pérdida de un ser querido, ni siquiera la muerte es algo malo per sé. Nadie puede evitar el dolor propio, ni el dolor de perder a un ser querido. Percibo que estamos viviendo un tiempo de duelos extremadamente difícil. Pero ¿qué pasa si algo valioso nace del dolor, cuando lo dejamos pasar?


Para mi es muy importante destacar la falta de consenso en estos supuestos implícitos, porque de lo contrario parece que quienes pensamos distinto estamos totalmente excluidos, no tenemos legitimidad. Todo ser humano necesita expresarse libremente.



La libertad de expresión y la inclusión radical


La libertad de expresión no debiera ser solamente un asunto político-social. No basta con que sea permitido que cada ser humano diga lo que quiera decir. A mi no me basta poder decir lo que quiero decir, si a la vez existe un juicio que dictamina que mi expresión no es válida o no es legítima, sin importar si el juicio es sonoro o silencioso (peor todavía si me juzgan en silencio).


Para la libertad se ocupa amor, compasión incondicional.


No creo que nadie se sienta verdaderamente libre de expresar, si lo que expresa no es considerado una expresión legítima. En nuestra sociedad de la separación, la mayoría de los seres humanos no consideran a otros, no son considerados y/o no se consideran a si mismos, como criaturas plenamente legítimas.


Todos pensamos en algún momento del día que tal persona lo “está haciendo mal”, que es culpable o responsable de tal problema o situación. Yo creo que todas y todos pensamos en algún momento del día que uno mismo lo está “haciendo mal”, que no soy plenamente legítimo. Sinceramente, muchas veces los seres humanos nos ahogamos en la angustia por estos motivos.


La diversidad radical de la vida es la riqueza más inmensa. Miles de millones de seres humanos: cada uno único, con una voz diferente a ser escuchada, y algo especial a ser visto.


Quisiera que estemos de acuerdo en que queremos que todos los seres humanos sean considerados y puedan verse a si mismos como seres legítimos, tal y como son. Inclusión Radical es inclusión plena. Así es el amor incondicional: sin condiciones. Yo por lo menos digo que la inclusión radical no tiene cómo hacer daño.


Sin embargo, entiendo que muchas personas no estarán de acuerdo: cómo podría alguien abusivo, deshonesto o malvado ser considerado un ser legítimo; se supone que tenemos que poner límites a esas personas. La ausencia de una doctrina del bien y el mal, y de instituciones que la fiscalicen, significaría sin duda alguna el caos total.


Mis respetos, no podría pedirles que piensen igual que yo, lo que además sería muy aburrido. Por lo demás, yo también tengo el impulso a excluir a otros por pensar diferente cuando involucra algo que me importa mucho.


La paradoja es que la inclusión radical incluye a la exclusión. Eso es lo que la hace inclusión plena. No podría haber una inclusión plena que excluyese a la exclusión.


No quiero pedirle a nadie que piense igual que yo. Pero sí quiero pedirles algo. Quisiera que lo que expreso sea recibido como una expresión legítima por ustedes, por sus corazones en realidad. Después de todo, soy un científico con formación académica rigurosa, tengo derecho de opinar sobre lo que conozco:


Quiero decir que no existe una verdad absoluta, cognitiva en la ciencia.

Y que el creer que existe es una atroz limitante de nuestra libertad, tal y como los dogmas religiosos externos limitaron nuestra libertad. La ciencia, como referencia de verdad absoluta, no es distinta que cualquier religión.


No estoy diciendo que la ciencia sea algo malo o que haya que descartarla. ¡A mi me encanta y la disfruto todo el tiempo!


Al permitir que distintas verdades, distintos contextos y narrativas coexistan, la belleza y poder del conocimiento y la sabiduría no se debilitan. Al contrario, se fortalecen.

Tal y como la inclusión en cuanto a género y preferencias sexuales nos enriquece maravillosamente como comunidad humana, la inclusión en cuanto a respetar de corazón la verdad de cada ser humano también nos enriquece. Así mismo, la inclusión en cuanto a una ciencia holista, de unicidad o de totalidad de la vida también nos podría enriquecer más allá de lo imaginable. En definitiva, la inclusión en cuanto a permitir que la realidad no se restrinja a ser un conjunto de hechos y circunstancias en un plano cartesiano de espacio-tiempo enteramente físico, concreto: dicha visión de la realidad no permite la multiplicidad. La realidad no cabe en ninguna caja, no se puede reducir al pensamiento lógico lineal.



 

La Ciencia de la separación


En la búsqueda de la verdad de la vida, la humanidad dio un paso adelante cuando en algún momento dijo: “no podemos nada más quedarnos con las creencias religiosas, necesitamos observar la vida y sacar conclusiones sobre cómo es”. La mente humana sana, con su preciosa curiosidad por lo desconocido y con su insaciable hambre de certeza, desarrolló el método científico.


Nos dedicamos por siglos a aplicar el método científico a todo lo que observamos, perfeccionando en el camino el propio método. Cada vez que nos encontramos con imperfecciones o discrepancias, resolvimos con todavía más rigor científico.


El rigor científico, pronto nos dimos cuenta, debía instalarse por encima de nuestras limitaciones emocionales, de manera que nuestro conocimiento no fuera seriamente afectado por condicionamientos de miedo ni por intenciones enfermizas de dominio o de maldad.


Donde antes fuimos fundamentalistas en cuanto a la religión, razonablemente nos hicimos fundamentalistas en cuanto a la ciencia. Después de todo, nuestro conocimiento científico se hizo inmenso y sofisticado. Y, además, funciona.


Al depositar en la ciencia la única confianza que estimamos debe ser universal, decidimos que el conocimiento científico es irrefutable, salvo la disputa sea rigurosamente científica también (o sea desde el mismo lenguaje). Pero quedaron ignorados los cuestionamientos a los supuestos implícitos, como los que planteé más arriba.


Es más, todo cuestionamiento que rompa con los supuestos básicos acerca de cómo se supone que es la realidad, es imposible de incorporar en el pensamiento científico. Es in-incorporable, in-considerable. O sea, inaceptable, y por tanto el tener el espacio para ser escuchado no depende solamente de las buenas intenciones del pensamiento convencional.


Todavía no nos damos cuenta de que el método científico está basado también en creencias, no tan distintas, aunque menos evidentes, que las religiosas. Sobre todo, la creencia de que existe una realidad que es posible observar imparcialmente, y por completo. La imparcialidad es imposible, no por un tema ético ni de intenciones, sino porque todo es uno, todo está entrelazado. Lo observado siempre tiene que ver con el observador, porque en realidad son lo mismo. Mientras la observación sea incompleta (siempre habrá una parte del Todo que queda afuera), las conclusiones nunca serán absolutas ni permanentes, y de hecho tarde o temprano las predicciones dejarán de ser certeras. Dejan de ser certeras sobre todo al ampliar la perspectiva, mirando la interrelación de más aspectos a la vez (por ejemplo, al mirar a largo plazo).


 

Si bien es cierto que el conocimiento científico y sus predicciones funcionan, y eso permite que tengamos una infinidad de tecnologías positivas funcionando, cabe preguntarse:


(1) ¿Hasta qué punto somos creadores de esa realidad porque creemos en ella? Después de todo somos uno con todo lo que observamos.


(2) En segundo lugar, ¿hasta qué punto podemos estar seguros de que las tecnologías funcionan, qué pasa si indagamos más profundo? Por ejemplo, con todas las tecnologías ahorradoras de tiempo que hemos creado, ¿hoy en día tenemos más o menos tiempo libre que antes de crearlas? Otro ejemplo, después de siglos de investigación médica y de ganar innumerables batallas contra enemigos de nuestra salud, tales como patógenos a través de antibióticos, antivirales y vacunas, ¿se encuentra la salud humana hoy en día fuerte y resiliente, o más bien cada vez más vulnerable y dependiente?


Y (3) ¿no valdrá la pena reevaluar algunas de estas creencias?



 


La palabra ciencia viene del latín Scire, que significa saber, palabra que a su vez se asocia con la raíz skei que quiere decir cortar, separar, rajar. El método científico es un método para saber, que se basa en separar.


Interesante que desde el inicio asociamos el saber con el separar. Probablemente entendimos que para aprender algo sobre lo observado tenemos que separarlo del Todo que lo rodea. También vimos que podíamos aprender mucho sobre lo observado si lo dividimos en partes de si. Al centrar nuestra visión sobre “lo observado” como un objeto delimitado a observar, estamos ya cosificando y achicando el fenómeno de la vida.


En lo profundo, el separar no es un proceso que ocurre “afuera”, sino una manera de razonar. El fenómeno del separar ocurre antes. En el ámbito del “afuera”, podemos cambiar de opiniones “separadas” a opiniones “no-separadas” sin dejar de razonar de manera separada. De igual forma, es posible razonar acerca de la circularidad de manera completamente lineal.


El separar, ya no sólo como método científico sino como arreglo neuronal colectivo del razonar, es equivalente al pensamiento dual (bien/mal, correcto/incorrecto, bando A / bando B). Separación y dualidad son a su vez equivalentes al pensamiento lineal, lógico, de causas y efectos. Geométricamente, una línea conecta dos puntos, A y B; y por eso lineal equivale a dual.


Esto no quiere decir que la manera separada de aprender y saber sea mala o incorrecta (decir eso sería separado en sí mismo). El único pensamiento no-dual posible, entonces, ha de abrazar todo saber y toda mirada separada.


Pero es importante que se diga: El separar no es el único método para aprender. Tampoco es la única manera de saber.

No creo que proponer la visión holista como método para aprender y lenguaje para saber, sea la solución ante el colapso humano, ambiental y económico que enfrentamos. Si bien es cierto que he pensado que tengo la solución (si tan solo todos me escucharan), a la vez me doy cuenta de lo absurdo e inútil que es hacerle promoción.


En verdad no digo lo que estoy diciendo con la expectativa de solucionar algo. Lo digo porque quiero ser escuchado, porque quiero que mi mirada sea legítima y no excluida. Pienso que esto es mucho más valioso que tener “la solución”: el hecho de que la mía y todas las voces sean escuchadas, legitimadas, aceptadas. Ese es el verdadero tesoro.



La posada del alma


Qué es la verdad. Qué es la idea de la verdad. Puede decirse que nos importa muchísimo. Hoy en día es común decir que “cada persona tiene su verdad”; aunque como argumenté antes decir eso no es lo mismo que respetar de corazón: dar permiso sincero a la verdad de cada ser. Tal vez lo empezamos a decir por cansancio, y no tanto por sentimiento de corazón, después de siglos y milenios de estar peleándonos para convencer unos a otros de la verdad.


Sea lo que sea que consideramos verdad, ahí se posa el alma. No estamos dispuestos a relativizar lo único en que de verdad creemos, y que de verdad nos importa. A menudo percibo que aquí el grado de desacuerdo puede ser feroz: absoluta no-aceptación de lo que otro dice.


Como dice Bayo Akomolafe, el universo es demasiado promiscuo como para permanecer fiel a una sola idea de si. Es un poco absurdo hablar de la verdad, y debatir si es un fenómeno individual o universal. Después de todo, la razón lógica es lineal y el universo no lo es. Es menos absurdo decir que la verdad que importa es la verdad emocional.


Cuando la buscamos…

¡Ahí! Ahí está la verdad: en lo que estoy sintiendo, tal cual lo estoy sintiendo. Tal cual: ahí.

Por eso que no vale tanto la pena hablar sobre la verdad en situaciones hipotéticas (‘qué pasaría si alguien te hiciera tal cosa’). Es más valioso el ejercicio de sentir la situación real que te está tocando ahora. Con eso se puede hacer reflexión y conversación verdaderamente valiosas. En ese lugar, hay abundante espacio para expresarse, ahí cabemos todos. En ese lugar, cabe la libertad.


 

Vale preguntarse, como dice mi hermana Macarena: “¿cómo reconocemos las ideas que nos convencen?” ¿Cómo reconocemos la verdad? Después de todo, si hemos de generar conocimiento holista sobre la vida, ¿qué hace que elijamos una idea por sobre otra? Yo podría decir que hay algo en el alma humana, tal vez, que goza de la verdad: donde se encuentra consigo misma.


Pero no habría manera de fiscalizar las verdades de otros, lo cual sería cuando menos preocupante. En principio, necesitaríamos una base sobre la cual consensuar para poder tomar decisiones como sociedad. Es decir, necesitamos, al parecer, que podamos convencernos de algunas ideas colectivamente. Necesitaríamos, desde esta mirada, la verdad universal.


Nótese que nos preocupamos de las actitudes de los demás, y de las circunstancias de la vida, cuando vivimos en la creencia de que nuestra libertad, nuestra felicidad no depende de uno mismo. Es decir, que nuestra condición de vulnerabilidad es irrevocable, y que lo único que podemos hacer es aceptar el sufrimiento que las circunstancias externas y actitudes de otras personas nos causan (cuando no podemos cambiarles). Es decir, que internamente no podemos hacer nada, que en lo interno somos impotentes ante lo externo, y que por ende nuestra única chance es cambiar lo externo. De ahí la obsesión con el activismo.


Desde el punto de vista de la unicidad, no hay nada de lo externo que no esté adentro, ante lo que seamos impotentes. Todo el universo está adentro también. Por ello, no veo la necesidad de consensuar la verdad colectivamente. Esto es bueno: se llama libertad.


Yo no estoy diciendo que la verdad universal no exista. No me siento cómodo hablando de algo así. Hablar de ello pareciera que siempre tiene que ver con disminuir o rechazar la verdad de otra persona. Lo único que quiero decir es que no tiene mucho sentido hablar de ella desde lo cognitivo e intelectual. Tal vez para mí la verdad universal tiene más que ver con el amor que con las palabras.



Creencia y Realidad


Lo que llamamos realidad externa (la expresión de las circunstancias de la vida), tiene mucho que ver con la realidad interna. En la verdad de mi propia experiencia, eso es lo que he visto en mi vida. Todo está unido, por eso la realidad externa tiende a reflejarnos algo que tenemos dentro.


La manera en que realidad externa e interna se relacionan no es determinística, ni tampoco depende tanto de la voluntad. El universo es demasiado promiscuo para permanecer fiel a una sola idea de sí. Creo que la vida nos invita todo el tiempo a desarmar nuestras ideas de ella, en última instancia dejando que la mente racional sea un mero pasajero de un misterio que no es abarcable, no es encapsulable, por la razón.


Algún día ya no necesitaremos que las circunstancias externas cambien, ni que otras personas cambien su actitud, para ser libres.


 

¿Qué diría una Ciencia de la Unicidad?


Me pregunté primero si una ciencia de la unicidad, o ciencia holista, como lenguaje para conocer y para saber, que integre la totalidad de la vida y que libere nuestras creencias culturales limitantes sobre la realidad, podía seguir llamándose ciencia (siendo que la palabra ciencia asume el separar como punto de partida). Y sentí que sí: necesitamos la separación. Necesitamos honrarla, no derrotarla. No es nada fácil para mí decir esto, porque me aterroriza que honrar y permitir la ciencia de la separación signifique la condena de una perpetua exclusión a la maravillosa visión de la unicidad, a mi mirada, y a mi persona. Lo reconozco como un miedo entre muchos otros. La unicidad no necesita defenderse de la separación.


Obviamente, el nombrarla (a la ciencia de la unicidad), no significa que ceremoniosamente la estuviéramos fundando, cual institución académica. Únicamente le doy nombre porque para mí es relevante. En todo caso, para mí ya existe, yo como científico la uso hace varios años.


No es posible deconstruir la cultura y mentalidad de separación con las mismas herramientas de la separación. Para reflexionar sobre el holismo, es necesario procurar ser holista: en la metodología, en la manera de razonar. En mi experiencia no se trata de una evolución intelectual, sino que esencialmente se trata del corazón humano. La más simple y verdadera manera en que nuestro razonar se hace holista es cuando lo hacemos desde el sentimiento sincero del corazón, transparentemente.


El método científico holista, o de la unicidad, se basa en que tanto observador como observado son uno, y son uno con toda la vida y el universo. El método científico holista pone en primera importancia de toda investigación el sentimiento y emocionalidad de quien o quienes investigan, puesto que verdaderamente son inseparables con la investigación (separarles siempre fue una ilusión). Es decir, en el método científico holista se investiga con el corazón en su lugar: en el centro.


Por otra parte, el método científico holista favorece la investigación, descubrimiento y creatividad colectivas. Mientras más diversas sean las miradas de los involucrados más poderoso será el resultado de la investigación. Cuando las ideas se tejen entre varios, y sobretodo cuando reconocemos que estamos rodeados de un océano de cultura y saberes que no es propio ni individual, ni tampoco exclusivamente humano, se está espejeando la esencia de cómo es la vida, generando un conocimiento mucho más valioso.


El conocimiento holista permite, pienso yo, que todas las verdades sean legítimas, que coexistan misteriosamente. Aún cuando distintas verdades pueden ser incoherentes o contradictorias entre sí (en cuanto a sus supuestos hechos y argumentos), en la unicidad se encuentran en plena armonía. Ciertamente es difícil de creer desde el arreglo neuronal colectivo de la separación.


Después de todo ¿qué es un “hecho”? Por la manera en que usamos esta palabra debiera ser un suceso cuya descripción es plenamente consensuada por todos. Sin embargo, tal y como mostré que la idea de “existir” puede deconstruirse desde la unicidad, la idea de un “hecho” también puede cuestionarse y deconstruirse. Esencialmente, hecho y emocionalidad son en realidad inseparables, aunque decir esto pueda ser insoportable. Es más, desde la visión de unicidad no existe una realidad externa que sea imparcialmente observable. La imparcialidad es imposible porque no existe el ámbito de lo “externo”, como si fuera algo separado de lo interno.


La única manera de completar la observación es al incluir el sentimiento y la emocionalidad. Ahí está.



El nido de lo no-visto


Mi mujer Javiera dice que nuestra hermana COVID nos está enseñando a respetarnos unos a otros, a permitir que cada ser humano se sienta y piense tal y como se sienta y piense. ¡Cuán cierto! Está pasando por todas partes.


La enseñanza se manifiesta como todo lo contrario, creo, porque es la mejor manera de aprenderla, tal vez la única. Sinceramente observo que está funcionando. Pienso que necesitamos conocer bien, vivirlo bien, experimentarlo bien: cómo se siente, cómo se vive el no respetarse, el excluir al otro por sentir o pensar de una manera inaceptable, que percibimos como amenaza. Necesitamos sentirnos excluidos. Necesitamos sentir que excluimos. Necesitamos conocer la separación para llegar a la unicidad. Es tan claro que así es.


No creo, hermanita coronavirus, que seas algo “bueno” que nos está pasando, y no “malo”. Más probablemente estamos apenas empezando la más terrible de nuestras crisis civilizatorias y humanas.


La esperanza nace de la muerte de todas las expectativas.

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