Todas las violencias son una sola violencia
La violencia, sea cual sea la forma en que se manifieste, es ineludible. También es un fracaso porque significa que no se pudo de otra manera, pero es un fracaso inevitable. No existe manera de evitar o detener la violencia, porque todo intento de detenerla es violencia en si mismo. Responder a la violencia con violencia solo puede crear más de lo mismo.
Cuando una violencia se manifiesta, es porque está, es porque es. Algo ha ahogado al alma humana hasta el punto en que necesita manifestar violencia. No permitir la violencia, o condenar la violencia, es un acto que tiene violencia también.
Hoy día, la violencia, sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso ineludible.
Existen diversas manifestaciones de violencia. La física por supuesto es solo una. La desigualdad, la injusticia, la indignidad humana son violencia. La indiferencia ante las anteriores es violencia. En definitiva, una sociedad a la que le sobra gente, es una sociedad violenta.
Negar la violencia es en sí mismo violencia. El desacreditar a otros por sentir o pensar diferente a uno es violento. El rehusarse a escuchar activamente, con atención sincera, lo que otra persona quiere expresar, es también una forma de violencia. Monopolizar la sensibilidad o la solidaridad, es decir, el discurso de que los buenos valores humanos sólo nos pertenecen a un grupo de nosotros, los "buenos", es también violencia.
Necesitamos dar permiso a la violencia porque dar permiso a todos nuestros sentimientos y emociones es la única alternativa no-violenta que existe. También tienes permiso para no dar permiso a la violencia. Estoy hablando de una paradoja: sí, lo tengo claro. En todo caso, estamos metidos en este fracaso de la violencia todos juntos. Es un gran fracaso y una gigante paradoja.
Para que este fracaso y esta paradoja valgan la pena y para que no volvamos a lo mismo, debemos hacer algo diferente. Fracasemos juntos permitiendo nuestras violencias. No nos cansaremos hasta que recordemos que todos somos uno: la violencia contra "otro" es violencia contra uno mismo.
La violencia permitida es como un parto imposible de asistir. Cuando llega la contracción, no hay nada que podamos hacer al respecto más que ser uno con la violencia. Cuando la contracción se va, sentimos el honor de abrazar la violencia con paz. Una respiración a la vez, una descarga a la vez: nos acercamos a un nuevo nacimiento.
Digamos las cosas como son: a ningún ser humano le hace verdaderamente feliz ejercer la violencia, simplemente porque la violencia contra "otro" es violencia contra sí mismo. Por lo tanto, no necesitamos preocuparnos de que al abrazar la violencia con compasión incondicional se siga creando más violencia. Tal como no necesitamos preocuparnos de que el abrazar el ego humano con compasión incondicional creará más ego (ver mi ensayo sobre La compasión para profundizar en este punto). Por el contrario, la compasión incondicional es la única estrategia que cambia el guión.
El estado de salud de nuestra civilización
Evidentemente, nuestra civilización está pésimo. El diagnóstico parte por lo personal y lo emocional, y continúa con lo global. Tiene que ver con lo que está sucediendo con la belleza de la vida: cómo las manchas urbanas están avanzando sobre la naturaleza, cómo los lugares radiantes de agua prístina están desapareciendo. El diagnóstico tiene que ver con la intensificación de las crisis sociales, políticas y económicas.
Una sola enfermedad que está muy cerca en nuestra vida diaria. Dentro: ahí es donde estalla, ahí es donde está la oportunidad.
La violencia es la fiebre, es el síntoma de lo enferma que está nuestra humanidad. Por eso es ineludible para la sanación verdadera. El paracetamol puede bajar la fiebre, pero ¿de qué sirve bajarla si el enfermo necesita la fiebre para sanar? El paracetamol es el miedo a que la fiebre, la violencia, nos aniquile. Como sociedad, no nos queda otra que aceptar la muerte de todas nuestras expectativas. La esperanza surge de la muerte de todas las expectativas.
"No es medida de salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma" (Krishnamurti). En la estrecha caja de lo posible no vamos a encontrar nada nuevo. No existe sanación posible adentro de la misma enfermedad: separación.
Cambiando la perspectiva. Si estamos manifestando los síntomas de la enfermedad, como la violencia, la confusión, la desesperación y el dolor intenso, en realidad es porque la humanidad está bastante sana. Al tener una enfermedad, lo saludable es expresar los síntomas, todos ellos. La falta de salud sería la ausencia de una respuesta inmunológica, es decir, el no expresarse plenamente.
La enfermedad es la separación
Lo interesante es este misterio de la vida que es la unicidad, que todo está unido. El concepto de Interser de Thích Nhất Hạnh señala que todo está interconectado y todos interdependemos, lo que tal vez invita más, o es más fácil de escuchar. Pero elijo unicidad para enfatizar que va más allá de lo que imaginamos.
Me refiero, tal vez, a que el viernes 18 de Octubre, mientras estallaba la revuelta social en Chile, mi hija estallaba junto con todo Chile en un relinchar que fue un gran fracaso de violencia para toda mi familia. Lo que vive Chile lo vive mi familia, lo que estalla Chile estalla adentro mío también. Hace dos días atrás, luego de sendas “barricadas” que armaron nuestros hijos en nuestra propia casa, mi hijo de 7 años lloraba y gritaba: “esto no puede seguir así, ¡ya basta!, esto tiene que cambiar”. Estoy orgulloso de ti hijo: "tu no tienes que solucionar ni reparar nada, no es culpa tuya, no es tuyo”. Solo basta con contener, con dar permiso a la expresión. “Hijo, te sientes como se siente todo Chile”.
“The universe is too promiscuous to abide faithful to any one conception of it” (Bayo Akomolafe): El universo es demasiado promiscuo para permanecer fiel a solo una concepción de si mismo.
No existe la verdad, o más bien solo a veces existe. Es escurridiza. Creemos que vivimos en una realidad física, descriptible por la razón lógica, y eso es falso. Desgarradoramente falso. Sin embargo, no creo, querida Chile, que lo quieras escuchar. Dime qué quisieras escuchar.
La cuestión es muy muy simple pero a la vez extremadamente radical. Necesitamos darle permiso a todos nuestros sentimientos. Todos somos lo mismo, seres humanos. Venimos todos del mismo lugar: el útero de una madre, el polvo de la estrellas, el big bang. Somos todos lo mismo, estamos hechos de lo mismo. Ésta es, primeramente, una verdad práctica, concreta, cercana. Y con eso es suficiente. No hacen falta creencias religiosas ni espirituales para comprender, con el corazón, que todos somos lo mismo.
También, bien se podría decir, que todos y todo lo que existe estamos y está hecho de espíritu, de lo que sea que llamemos divino. Nada está hecho de otra cosa. Por eso todos somos uno. Como dije en mi texto de desahogo anterior: nadie nos sobra.
El ejercicio práctico es imaginarse en los zapatos de quien vemos como un “otro”. Los que de alguna u otra manera, nos sobran.
Se trata de preguntarse como se sentiría uno de haber vivido las mismas experiencias del otro, haber crecido en exactamente sus circunstancias, conocer lo que conoce, e ignorar lo que ignora. Pensar que, en los zapatos del otro, uno sería "mejor" persona es algo a todas luces egóico y absurdo. Absurdo y agotador, sobre todo cuando vivimos pensando así.
En una sociedad donde hemos separado lo correcto de lo incorrecto, nos hemos condenado al deber de hacer lo correcto (ver El perdón y la justicia de la unicidad). Para lo cual es requisito desconfiar de uno mismo. Habiendo adentro de uno mismo, supuestamente, una parte mala, la respuesta natural que adoptamos por siglos es la de reprimirnos. Como ya estamos acostumbrados a hacerlo con un@ mism@, la tendencia es a hacer lo mismo con los demás. Algunos reprimen con el poder político, otros reprimen con el discurso.
La paradoja es que para sentir como nos sentimos, tenemos que sentir también que excluimos a otros. Hay que vivir esa emoción, ese sentimiento, para que se libere. No es para quedarse atorado en el excluir. Esa es tal vez nuestra oportunidad, es el regalo de este gran crisis, de este gran despertar: al liberar los sentimientos y emociones que excluyen al “otro”, nos liberamos también de excluirnos a nosotros mismos.
Entonces, excluyamos. Excluyamos pero sabiendo. Excluir quiere decir no te doy permiso de ser como eres, es decir te juzgo como una mala persona. "Mira nada más la cantidad de consecuencias negativas de tus acciones, me haces mal, nos haces mal. Tu el violento, el saqueador, el que quema". "Tu el paco, el milico, el político que por mucho que dice que ya escuchó en verdad no ha escuchado y solo quiere proteger los intereses del poder y nunca le importará con sinceridad la gente"... Es tan extremo el desencuentro.
En conclusión, mi sentir sincero tiene que excluirte, no me queda de otra. Pero tu sentir también, tiene que excluirme. Sintámosla intensamente la exclusión. Así como me doy permiso de excluirte (por lo menos ahora me doy cuenta que te estoy excluyendo), también te doy permiso de excluirme.
Sobre la desigualdad
Por si alguien quiera saber. Imaginemos la mejor de nuestras expectativas con respecto a la desigualdad. Digamos que el sueldo mínimo sube efectivamente al triple de lo que es ahora, y digamos que de alguna manera (no sé cual pero no importa) se establece un sueldo máximo de digamos 4 veces el sueldo mínimo. Esto acompañado de mejoras dignas y fin al lucro en educación, salud y pensiones. Es un sueño hermoso que merece mi respeto. Imaginemos incluso que por fin logramos erradicar la codicia y la corrupción, y nos liberamos de todas las fuerzas explotadoras de la gente.
Aún así, la destrucción de la belleza de la vida y de la vida no se detendrían, simplemente porque seguimos operando en el mismo sistema de la separación. La única manera en que programas sociales permanentes y dignos sean financiables, es con crecimiento económico sostenido, el cual solo es posible si continúa la transformación de la vida en comercio. Pero el crecimiento económico sostenido no es posible, ni siquiera con la voluntad de que si lo fuera. La razón: no queda mucho de la vida por monetizar (mucho o poco, son cosas relativas por supuesto).
Y resulta que, cuando el crecimiento económico cuesta (ver Entender el dinero), el sistema económico opera tal como el juego de las sillas musicales y es un generador automático de desigualdad. Cada vez que para la música, alguien se queda sin silla y algunos pocos van acumulando todas las sillas. Es decir, la tendencia natural será a generar desigualdad, una y otra vez.
En otras palabras, por qué enamorarnos tanto de una expectativa utópica si esta expectativa no es realmente la solución que necesitamos con urgencia. Lo que necesitamos es una utopía muchísimo mejor, no una "más o menos" no más.
En mi opinión, no existen políticas públicas factibles que reparen la desigualdad, solo existen las que la mitigan. Los países nórdicos que idealizamos por su dignidad y equidad económica, primero que nada entiendo que tienen altas tasas de depresión y suicidio (no culpo a la equidad por ello). Pero más profundamente, según yo lo veo no creo que su nivel de equidad sea fruto de sus políticas públicas, sino más bien un asunto de suerte. Un asunto mayoritariamente muy difícil de explicar, pero definitivamente no replicable. Tiene que ver con haber sido ricos antes, cuando el crecimiento económico elevado era más fácil, menos costoso que ahora. En mi opinión, son situaciones que ya no son alcanzables. Y vale la pena preguntarse ¿de verdad es eso lo que queremos alcanzar?
Todo esto no lo digo por pesimismo, lo digo porque la esperanza surge de la muerte de las expectativas. Digo que no hay solución, para que sí la haya. La solución no está en la obsesión por modificar las circunstancias externas, como si la realidad tuviera un mecanismo de control que hay que ejercer por la fuerza. “You cannot dismantle the master’s house using the master’s tools” (Audrey Lorde): no se puede desmantelar el sistema usando las mismas herramientas del sistema. No se puede desmantelar la separación usando separación, usando control, ejerciendo fuerza.
CHILE DESPERTÓ
Escuché por ahí “El mayor miedo es que todo siga igual”… Hay otros miedos que ya superamos. Ya sabemos, desde las entrañas, que nada va a ser igual.
Querida Chile, despertaste y eres difícil de abarcar. De ser como una nuez, ahora eres gigante. Eres todo. Se supone que eras un pinche país enano al final del mundo, y ahora Chile eres planetaria.
Pienso que todos los que nos hemos sentido excluidos, sentimos que la vida nos debe una recompensa por la injusticia. Esta recompensa tiene que ver con que el perpetrador por fin tenga que aceptar, humillarse, ceder y compensar. Estoy hablando de un sentimiento urgentemente legítimo. Con la muerte de lo que esperábamos (la recompensa a la injusticia), muere la separación. Es como si la vida nos pidiera a tod@s ser héroes, y el único heroísmo es donde ninguno es más héroe que los demás. Héroes no en vencer a la violencia, héroes en fracasar juntos.
En un mundo donde caben todos los mundos, nadie nos sobra.
Querida Chile tu verdadero presidente es cada uno de los chilenos siendo presidente de si mism@. Tu verdadera ley es la cordillera de los andes al este y el océano pacífico al oeste. Tu verdadera justicia es tu propia libertad.
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